La Asunción de la Santísima Virgen María

Por: P. Luis Manuel López Salazar, Teología Espiritual

En el mes de agosto, la Iglesia celebró a María clamando: Bendita sea su gloriosa Asunción. La Asunción de la Santísima Virgen María es una fiesta esplendorosa: celebramos el triunfo de Dios sobre la muerte, pues, el nuestro, no es un Dios de muertos, sino de vivos (Mt 22,32). La Virgen ha muerto para sí y vive para Dios, siempre vivió para Dios en su paso por el mundo, y ahora goza de la plenitud de vida que le comparte el Autor de la Vida, el Dios Viviente, el mismo que un buen día la encontró -siendo jovencita-, y habló con ella, y le propuso algo insólito y, pese a ello, ella dijo sí, acepto ser toda para ti, Amado Mío, Señor Mío. 

San Bernardo, uno de los más grandes cantores de la Virgen, dice de ella en un Sermón sobre la Asunción: “Un precioso regalo envió al cielo nuestra tierra hoy, para que, dando y recibiendo, se asocie, en trato feliz de amistades, lo humano a lo divino, lo terreno a lo celestial, lo ínfimo a lo sumo. Porque allá ascendió el fruto sublime de la tierra, de donde descienden las preciosísimas dádivas y los dones perfectos. Subiendo, pues, a lo alto, la Virgen bienaventurada otorgará copiosos dones a los hombres. ¿Y cómo no dará? Ni le falta poder ni voluntad. Reina de los cielos es, misericordiosa es; finalmente, Madre es del Unigénito Hijo de Dios”. 

Conforme a nuestra fe, la Asunción de nuestra Señora al cielo es la consumación de la gracia de la que fue revestida desde que fue concebida como creatura -por eso la llamamos la Inmaculada-, gracia de la que ella tuvo noticia cuando el ángel la reconoce como «llena de gracia», porque, «el Señor es contigo». Sólo uno que intima tanto con Dios, como lo es un ángel, puede reconocer a una que intima mucho más con Dios que él, porque el Señor está con ella y ella está llena de Él. 

De seguro, el ángel se ha de haber quedado perplejo ante una que era más que él. Santo Tomás de Aquino explica en un opúsculo donde comenta el Avemaría: Que un ángel tributase reverencia a un ser humano jamás se había oído, hasta el momento en que saludó a la Santísima Virgen diciéndole respetuosamente: «Dios te salve». Gabriel –sigue diciendo Santo Tomás- reconoce que María es superior a los ángeles en intimidad con Dios. Por eso, para indicarlo Gabriel añadió: «El Señor es contigo»; como si dijese: Te tributo reverencia porque Tú eres más íntima de Dios que yo, puesto que «El Señor es contigo». 

Festejar a María por su Asunción al cielo es reconocer a una que aprendió a estar con Dios, porque dejó que el Señor estuviera con ella y en ella: «El Señor es contigo»; una que también aprendió a ser madre y fue bendecida por ello cuando una mujer del pueblo le dice a Jesús: «Dichoso el seno que te llevo y dichosos los pechos que te amamantaron» (Lc 11,27); una que aunó a su dichosa maternidad la exigencia discipular: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11,28). 

Pero la tarea de María no termina con su Asunción a Dios. San Bernardo enseña que María subió al cielo para hacerle de nuestra Abogada, pues siendo la Madre del Juez, bien le asienta tratar con Él los asuntos de nuestra salvación. Así pues, a María hay que imitarla porque ella imitó a Cristo, como Cristo a Dios. Pablo lo entendió y lo enseñó: «Sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo» (1Cor 11,1).

Al asistir a la Escuela de María podemos aprender, enseña H. U. Von Balthasar, que lo que Cristo, lo que Dios es para ella, se convierte en modelo de lo que debería ser para nosotros. Y esto sucede cuando intentamos contemplar con sencillez a través de ella los misterios de la salvación. (H.U. von Balthasar, María hoy). No nos cansemos de bendecir a nuestra Señora repitiendo y repitiendo: ¡Bendita sea la gran Madre de Dios, María Santísima! ¡Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción! ¡Bendita sea su gloriosa Asunción! Amén.